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 Un paseo ajeno al tiempo sobre los misterios de la mujer fatal

¿Quién teme a la femme fatale?

 
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Publicado
2006-12-30
 
Érase una vez una belleza tal que no podía encararse. Érase una vez una mirada que mostraba el abismo a quienes la contemplaban. A modo de relato, de siglo en siglo, de mito en mito, escuchamos sus desafíos: los de las mujeres fatales, las bellezas crueles. En este artículo no encontrarás respuestas, sino enigmas, no encontrarás fechas sino inmensos vacíos. ¿Te atreves a traspasar el umbral?
 

¿Quién teme a la femme fatale?He caminado muchos siglos deslizándome por todas las rendijas, desde mi pasado mítico a mi proyección en el celuloide. Me han acampoñado perros y lechuzas, peinados imposibles y miradas heladoras. Alas, garras, colas de pez, cabellera de serpiente. Ahora me siento aquí, en silencio, en este teatro a oscuras donde duermen algunas de mis hermanas de su letargo, descanso de mi lucha eterna por la pervivencia de la forma. Pienso en mis antepasadas, perdidas allá en la frialdad de la luna: Hekate, Selene, Artemisa, poderosas y terribles, diosas ctónicas y ambiguas, capaces de dar la vida y otorgar la muerte. Pienso también en la dulce Afrodita, deslumbrante encarnación del deseo amorosa, seductora y bella, sí, pero también temible. De no ser así, sus amores ilegítimos con Ares no hubieran concebido a Deimo ( el Temor) y Fobo (el Terror). ¿Acaso no recuerdan todos su carácter vengativo? Su odio persiguió a Psique porque –como la madrastra de Blancanieves- no podía soportar que existiera en la tierra belleza mayor que la suya. Y castigó el desdén de las mujeres de Lemmos con un olor insoportable que las separara de todo contacto con los hombres. Escondía bien su atrocidad Afrodita bajo ese manto vaporoso de dulzura... No como Medusa, la única gorgona de mortal destino, divinidad desventurada nacida de la cópula de dioses marinos primordiales, nieta de Poseidón y Gea: cuentan que estaba provista de unas alas de oro y ojos centelleantes, manos de bronce, cabellera de serpiente y ojos centelleantes. No camuflaba su naturaleza. ¿O quizás sí?

Me encuentro cansada, si es que la Eternidad puede cansarse, y yo no sé danzar con las palabras.

Palabras. Las tejen con nudos cada vez más enrevesados para lanzarlos sobre nosotras como los pescadores lanzan sus redes al mar y así atrapar nuestro significado. Siempre se han preocupado de eso los mortales, afilando su cuchillo de la razón: de explicar en certeros tajos la extrañeza que les rodea. ¿Quién teme a la femme fatale?

He dormido bien. Y despierto invisible en la misma galería rodeada de hermanas. Nos exhiben para intentar desvelar nuestros secretos sin saber que no los tenemos puesto que todo está a la vista. En sus miradas siento el efecto hipnótico de los colores, de las texturas, de las formas en las que pervive el misterio. Todas entorno a un gran misterio como baila el fuego fatuo alrededor de una tumba: La flor mística de Gustave Moreau.

Entre codazos y miradas lúbricas de curiosidad aparece un guía, libro en mano. Paso firme, lento, silencioso. La voz grave inicia su discurso con seguridad y pétrea dulzura. Sus gestos parecen indicar más un deseo de ir cubriendo de velos el misterio que de desvelarlo. Parece hablar más para sí mismo que para su público y hace caso, ensimismado, moldea con su voz la seducción. Ya escuché antes esta canción, pero me siento a escucharla de nuevo. Habla del temor. Un efecto de lo sublime, un placer negativo, un deleite que lo acompaña de la mano a la sombra del horror. Lo muy profundo atemoriza. Prácticamente nadie desde Aristóteles y su Poética había considerado la experiencia del temor desde un punto de vista estético. Hasta que un filósofo empirista que -en poco se ocupó de cuestiones de estética o teoría del arte- acuñó el término “un placentero horror”. Lo recuerdo. El siglo de las luces intentó iluminar todos lo misterios con la lámpara de la razón, intento desplazarnos a todos, monstruos míticos, al océano del olvido. Pero fallaron, porque como dijo aquel pintor español de hosco carácter: “el sueño de la razón produce monstruos” y continuamos a poblar el universo de metáforas escurridizas, de pesadillas y dulces nanas de muerte. No les buscamos nosotros, fueron ellos deseosos de dotar de un sentido maravilloso, y temible, su existencia.¿Quién teme a la femme fatale?

Él parece saberlo. Cita La agonía romántica, de Mario Praz: “el descubrimiento del horror como una fuente de deleite y belleza terminó en la reacción de la misma concepción de la belleza: lo hórrido, de ser una categoría de lo bello pasó a ser uno de sus elementos esenciales, y lo “bello hórrido” pasó por imperceptibles grados hasta lo “horriblemente bello”. Pero el descubrimiento de lo Hórrido no puede considerarse como perteneciente al siglo dieciocho, aunque fue solo entonces cuando esa idea se hizo plenamente consciente.” Y es por ese espacio donde se deslizaron los cabellos de serpiente de Medusa, la tempestuosa hermosura del terror. Porque como sabían Víctor Hugo y Baudelaire, lo bello está amenazado de muerte, es una percepción que se disuelve. Víctor Hugo proclamó que lo bello y lo feo son complementarios e intercambiables. La fealdad exterior y la belleza interior se separan decididamente. Lo bello ya no puede mostrarse en todo su esplendor puesto que muy a menudo está cubierto de una pátina opaca y repelente. Y lo mismo sucede con lo verdadero y con lo bueno. Aun extasiado, Flaubert reconocía: “Yo quiero que haya una amargura en todo, un ahogo eterno en medio de nuestros triunfos, y que hasta en el entusiasmo se halle la desolación.” Devoto de la prostitución, del sexo sucio, lo elevaba a la categoría de belleza suprema, sin corrupción parece que no habría belleza. “Esto me recuerda a Jaffa, donde al entrar sentí el olor de los limoneros junto con el de los cadáveres, el cementerio hundido dejaba ver los esqueletos medio podridos, mientras que los arbustos verdes balanceaban sobre nuestras cabezas sus frutos dorados.” Poesía completa. ¿Quién teme a la femme fatale?

La belleza y la poesía están cargadas de efecto e intentan provocar conmoción en el receptor, igual que la mirada de Medusa petrifica al que la contempla. Desarrolló Baudelaire la famosa frase de Poe que reconocía que la muerte de una mujer bella es el tema más poético del mundo.

“He encontrado la definición de Bello, de lo que para mí es Bello. Es algo ardiente... Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer, es decir, es una cabeza que hace soñar –pero de manera confusa- con la voluptuosidad y la tristeza unidas, que conlleva una idea de melancolía, de laxitud y hasta de saciedad –aunque parezca una contradicción-, es decir, un ardor, un deseo de vivir, asociados con una amargura refluyente, como si provinieran de la privación y de la desesperanza. El misterio y la pena son también caracteres de lo Bello.

Una cabeza de hombre bella... también tendrá algo de ardiente y de triste, necesidades espirituales, ambiciones tenebrosamente definidas, la idea de un poder desatado y sin empleo, a veces la idea e una insensibilidad vengativa... a veces también... el misterio y, finalmente (para tener el valor de confesar hasta qué punto me siento moderno en estética), la desgracia. No pretendo que la Dicha no se pueda asociar con la Belleza, pero afirmo que la Dicha es uno de sus ornamentos más vulgares, mientras que la Melancolía es, para expresarlo de alguna manera, su ilustre compañera, a tal punto que no puedo concebir (¿mi cerebro será un espejo hechizado?) un tipo de Belleza donde no haya Desdicha. Basándome en estas ideas (otros dirán obsesionado por estas ideas), se concibe que me sería difícil no concluir que el tipo de Belleza viril más perfecto es Satán –a la manera de Milton.”

Salgo de mi ensueño y escucho de nuevo las palabras del conferenciante. El ambiente parece cargarse de un vapor extraño. “De lo que para mí es Bello...”, decía Baudelaire. Es el paso de la Belleza a la belleza plural, de la metafísica de la belleza a la psicología del arte, de una estética objetiva basada en la unidad, la armonía y el equilibrio a una subjetiva caracterizada por la emoción y las sensaciones que afirma que la belleza reside en última instancia en el sujeto. De ahí la importancia de la mirada. De ahí que hayamos despertado y, paso a paso, hayamos asomado nuestros cabellos por las rendijas de las alcantarillas de vuestro tiempo. En el simbolismo se aspiraba aún a alcanzar el sueño de la trascendencia y abrir una rendija del Infinito para el poeta o el pintor que se acercaran a ella.

1891: Medusa, de Jean Delville. Belleza cruel de la Medusa, cuyos ojos glaciales se fijan amenazantes en el espectador, ojos glaciales que muestran un trozo del abismo que contienen. Como describe el narrador de la novela de Alfred Kubin, Die andere Seite, (La otra parte) cuando contempla a Patera mostrando su rostro de Medusa, “aquellos ojos parecían dos espejos vacíos que contenían el infinito”. Es una mirada que se repite en el arte simbolista. “Who shalle deliver me?” También “El ídolo de la perversidad”, que Mario Praz caracterizó como una de las obras típicas del gusto simbolista. Ojos de crueldad glacial, labios entreabiertos en un agonía de voluntad. Glaciales como las hijas de la luna. Los ojos de Atenea son también glaucos y la diosa de la razón es también terrible.
¿Quién teme a la femme fatale?
Y es que el panteón simbolista parece llenarse también de diosas vírgenes que guardan celosamente su castidad, como la 'Herodiade' de Mallarmé. Y ese celo produce monstruos, como la razón que la engalana. ¿Ya nadie recuerda que mi hermana Atenea estuvo a punto de ser forzada por el deforme Hefesto y de aquel intento nació un ser mitad hombre mitad serpiente, nacido del suelo fecundado por el esperma del dios? Atenea lo cuidará como a un hijo. Ojos garzos, serpientes, coraza con piel de gigante. Oráculos imperfectos cuyos mensajes no pueden ser interpretados y llevan la carga ominosa de la muerte. El simbolismo se centraba en cómo decir lo indecible, cómo dibujar lo invisible, el mundo intangible de las ideas. De ahí su preocupación con las fronteras entre lo real y lo imaginario, su ubicación en el umbral que separa la inmanencia de la trascendencia, en la zona crepuscular de del ensueño. El cuerpo mismo era una zona liminal donde se inscribían esas ideas, el cuerpo humano fue una imagen esencial en sus obras, el vínculo reconfortante incluso cuando está distorsionado, entre lo real y lo imaginario. Este énfasis en la liminalidad, la cualidad de situarse en uno y otro lugar se representaba también a través de figuras mitológica híbridas como las sirenas o las esfinges: ellas yuxtaponen dos mundos diferentes, o mejor, planos de realidad que amenzan nuestros estables conceptos de identidad. Moreau, Burne-Jones, Khnopff, dedicaron algunas de sus pintruas a estas figuras, mitad animales mitad humanas. Como escribió Pilar Pedraza, “los cantos de las sirenas están cargados de sentidos funestos, de invitaciones tanáticas, de acentos tumbales, y son, como el de la Esfinge. Engaños. Anzuelos mágicos que tiende la muerte a los hombres a través de un atractivo monstruo de rostro virginal y corca garra”. Estas figuras representan el misterio, el enigma, lo indescifrable. Como reacción al positivismo y racionalismo y su preocupación en clasificar, los simbolistas se centraron en la sugestión y la incertidumbre. Villiers dijo: “un misterio que se esxplica deja de ser un misterio, su realidad es que es inentiligible y por definición debe permanecer ininteligible.”

El misterio de las fronteras. El cuerpo en el limen. Allí habitamos, en el espacio entre lo conocido y lo misterioso, entre la naturaleza y la cultura, en la floresta, una zona de transición entre dos universos; reinamos en el umbral que permite navegar de un espacio a otro, voraces Escila y Caribdis que separan lo real de lo imaginario, la puerta de entrada hacia el Otro. Nos llaman femmes fatale, pero somos trasuntos de la Diosa Blanca, bellas y terribles, postulamos interrogantes sobre vuestra naturaleza como la Esfinge interroga sobre la naturaleza humana, devorando a jóvenes con sus enigmas. ¿Quién teme a la femme fatale?

Y allí, en medio de una sala aséptica de colores neutros y luces inocentes, se alza la Flor mística sobre la sangre de sus fieles. ¿Una virgen terrible? ¿Una virgen de esperanza?

Devoramos, sí. El guía parece consumido en su discurso, perdido en esa zona oscura de la imaginación donde la Madre terrible se convierte en el laberinto de la oscura "vagina dentata" en la que el héroe solar y luminoso puede quedar atrapado en su poético viaje iniciático. Devoramos, sí. El guía lo refleja en el espejo opaco de su pupila, cubriendo su temor con un manto de erudición, enlazando cita tras cita. Y con citas devora la voluntad de sus oyentes también. Devoramos, dice, gracias a lo que Bachelard llama “la Ley de la ambivalencia: es necesario realizar una doble participación –participación de deseo y temor, del bien y del mal, participación pacífica del blanco y el negro- para que el material pueda incluir toda nuestra alma”. ¿Pacífica? No lo sé. Lo bello está amenazado de muerte, la maldad recubierta de pegajosa apariencia de bondad. Somos símbolos hechos carne, carne convertida en símbolos. De la mitología al arte, del arte a la literatura, de la literatura al cine, del cine a la literatura popular: amantes frías y calculadoras de detectives atormentados por la culpa y el alcohol, portadas de revistas envueltas en atuendos siniestros, figuritas de salón que podrían cobrar vida a cada soplido. Escurridizas, nos deslizamos sobre el vientre de siglo en siglo. Porque somos avatares vivientes, preñadas de significado y de esterilidad hierática.

BIBLIOGRAFÍA:

BACHELARD, Gaston. On poetic imagination and reverie. Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1971.

BOZAL, V. (ed). Historia de las ideas estéticas y de las teorías estéticas contemporáneas. Madrid: Visor, 1996, 2 vols.

CIRLOT, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Madrid: Siruela, 1997.

DIJKSTRA, Bram. Ídolos de la perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo. Barcelona: Debate, 1994.

DURAND, Gilbert. Las estructuras antropológicas del imaginario. Introducción a la arquetipología general. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2005.

ELIADE, Mircea. Myths, rites, symbols: a Mircea Eliade reader. New York: Harper & Row, 1976.

PEDRAZA, Pilar. La bella, enigma y pesadilla. (Esfinge, Medusa, Pantera...). Barcelona: Tusquets, 1991.

PRAZ, Mario. Perseo e la Medusa: dal romanticismo all'avanguardia. Milano: Arnoldo Mondadori, 1979.

-, The Romantic Agony. London: Oxford University Press, 1970.

Reportaje Escrito por: Monsieur Venus  {MN}


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