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 De las letanías de Satan a las inmundicias de Cristo

Diamanda Galás En Zaragoza

 
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Publicado
2007-05-07
 
Una de las voces más sobrecogedoramente bellas del panorama oscuro internacional hace parada en España por segunda vez en poco más de un mes. Disfrutemos pues del buen hacer de una de las pocas leyendas vivas.
 

Jamás he creído en ese mundillo sórdido que gira alrededor de la política, pero vengo observando con la experiencia que me ha dado el paso del tiempo, como cuando la fecha de unas próximas elecciones se encuentra cercana, el panorama cultural ofrece una oferta mucho más suculenta. Y aunque con ello tampoco ganarán mi voto ni los unos ni los otros, permaneciendo fiel al blanco, son detalles que al menos hacen sentirme un poco más orgulloso de la ciudad en la que vivo.

Quizás de no haber sido por eso, jamás habríamos podido disfrutar en Zaragoza con la presencia de Diamanda Galás, no lo sé y siempre me quedará la duda, pero lo que si es cierto es que el rumor que hacía días sobrevolaba nuestras cabezas, acabó convirtiéndose en una realidad que pudimos disfrutar el grupo de afortunados que abarrotábamos el Auditorio Eduardo Del Pueyo el día 1 de mayo. Diamanda Galás En Zaragoza

Resulta chocante el regreso de la diva a España habiendo pasado tan poco tiempo desde su anterior concierto en Barcelona. De modo que la expectación en la capital maña era máxima y todas las informaciones que iban llegando no hacían sino acrecentar la curiosidad de un público ávido de sensaciones. Me estoy refiriendo a detalles como la prohibición expresa a tomar fotografía alguna del espectáculo o como sucediese en el Auditori, volver a entrar al mismo si era abandonado de la quinta canción en adelante.

El precioso Auditorio, de construcción muy reciente y al que todavía no había tenido la suerte de acudir, ya albergaba horas antes de la actuación los primeros cardados, medias negras y marcados contornos de ojos, y conforme se acercaba la hora el número de público de lo más variopinto era sorprendente, distinguiendo incluso caras conocidas de otras ciudades que habían decidido desplazarse para la ocasión. Todos conformábamos una larga cola alrededor de la puerta que daba acceso al recinto en el que habría de producirse el tan ansiado encuentro.

Dentro ya de la sala, los primeros en entrar aceleraban sus pasos en busca de un punto privilegiado desde el que disfrutar del evento, pero curiosamente la fila más cercana al escenario tardó un buen rato en ser ocupada, algo que me llamó poderosamente la atención llegando a pensar que quizás Diamanda fuera a interpretar alguno de sus temas buscando la cercanía de un público que conocedor de los caprichos de la dama, prefería mantener una distancia de seguridad. El entorno, más pequeño quizás de lo esperado, todavía rezumaba olor a nuevo, resultando además muy cómodo y espacioso para el espectador y tremendamente acogedor. Sentimiento acrecentado por el maravilloso trato con que fuimos tratados en todo momento por los miembros del Auditorio.

Aunque la entrada indicaba las 20:15 como hora de comienzo del espectáculo, pasaban los minutos y tan solo veíamos el majestuoso piano y los apresurados pasos de los más tardanos en aparecer. Los ánimos se iban crispando e incluso llegamos a ver al impresentable de turno recriminando a la organización. Afortunadamente la cosa no fue a mayores y con media hora de retraso, empezó a disminuir la intensidad de las luces ambientales. Una vez quedó la sala en semipenumbra, el ruido de unos tacones caminando sobre la tarima arrancaron los primeros aplausos de la noche.

Diamanda apareció seria y segura de si misma, con paso firme hacia el solitario piano. Ataviada con una elegante camisa negra que mostraba generoso escote y dejaba a la vista los hombros. Pantalón negro a juego y zapatos del mismo color. Larga cabellera, enormes pendientes y esa característica y exagerada sombra de ojos plateada. Con los últimos ecos de las palmas, la de California ocupó asiento, ajustando micro y libro de partituras para comenzar a arrancarle quejidos lastimeros al piano. No hicieron falta muchas notas para dejarse llevar al escucharla cantar.

Diamanda Galás En ZaragozaEn esta ocasión el programa hacía hincapié en “Guilty, guilty, guilty” que como ella misma ha definido, comprende una selección de trágicas y homicidas canciones de amor y muerte de artistas tan variados como Edith Piaf, Screaming Jay Hawkins o Johnny Cash interpretados, eso si, a su modo y con esa sofisticada voz que posee. Mostrándose magistral en esos cambios de graves dolorosos, que casi producen escalofríos a agudos punzantes que penetran en la cabeza buscando un lugar en que quedarse. Esfuerzo sobresaliente que requirió de unos 3 litros de líquido elemento para evitar la sequedad de una prodigiosa garganta forzada durante hora y media aproximadamente.

El juego de luces, aunque sobrio, puede decirse que cumplíó a la perfección durante toda la interpretación del repertorio eligiendo los colores más oscuros para los pasajes más sordidos.

Respecto a Diamanda que se había mostrado algo fria en los compases iniciales, susurrando apenas un gracias al finalizar las piezas, se fue dejando llevar por la situación. Intercaló temas en inglés, francés y español, aunque la comprensión de este último requería de un esfuerzo extra por parte del oyente. Roto ya el hielo, acabó por soltarse y contó una curiosa anécdota personal respecto al compositor de una de la canciones interpretadas y que ella pensó que había muerto tiempo atrás. Dicho personaje, lejos de haber fallecido, le mandó un mail para confirmarle que seguía vivito y coleando.

El clamor popular todavía la haría volver a salir a escenario a interpretar una pieza más y posteriormente aparecería de nuevo para despedirse como los grandes. Un personaje curioso, más cercano al público de lo que había pensado en un principio. Cierto que se mostró reticente respecto a las fotos, pero en varias ocasiones pudimos ver el destello de algún flash. No todo el mundo comprendió su arte y un puñado de espectadores abandonarían la sala a mitad de actuación. Resumiendo, una voz increíble, digna del mejor de los ángeles o del peor de los demonios, pero que difícilmente dejó a nadie indiferente.

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