Aunque Augustin Calmet fue un auténtico erudito y uno de los mayores estudiosos de la Biblia en su época, ha pasado a la posteridad por el que probablemente haya sido el primer libro de la Historia dedicado a los bebedores de sangre, el aquí presente “Tratado sobre los vampiros”.
"Tratado sobre los vampiros" escrito por Augustin Calmet en la editorial de Reino de Goneril (ISBN: 978-84-936929-1-9) con 304 páginas. Desde Francia y presentado en 2009 se encuadra en el género Ensayo Enlace Relacionado:Reino de Goneril Valoración: 8 sobre 10
La formación y la vasta cultura de este monje benedictino, que dedicó al estudio la mayor parte de sus ochenta y cinco años de vida, le permitió publicar un comentario sobre la Biblia auténticamente titánico, compuesto por veintitrés gruesos volúmenes. Además de tan ímprobo esfuerzo, el padre Calmet encontró tiempo para documentarse sobre las numerosas supersticiones que recorrían la Europa Central de aquella época, centrándose de manera especial en las leyendas sobre aparecidos, espíritus, revinientes y seres similares. El resultado de sus indagaciones cristalizó en forma de libro en 1751, cuyo segundo volumen, dedicado propiamente al vampirismo, es el que ahora tenemos entre manos.
El libro consiste en la recopilación de una serie de sucesos relativos a personas que se levantaron de sus tumbas, a personas cuyos cadáveres seguían teniendo un aspecto lozano y fresco a pesar de llevar largo tiempo bajo tierra, a personas cuyas muertes repentinas ofrecían una difícil explicación, en fin, a sucesos que ofrecían todo tipo de posibilidades a las mentes supersticiosas de los campesinos centroeuropeos. La masiva acumulación de acontecimientos misteriosos y sorprendentes llega a ser ciertamente caótica en algún momento, abandonando el tema vampírico de repente para pasar a hablar de otro tipo de aparecidos y, bastantes páginas más tarde, retomar el tema de los chupadores de sangre. Aunque no se trate de un libro de ficción, con un hilo argumental que seguir, al menos sí que debería manifestar una cierta coherencia y orden en la exposición de los hechos. De todas formas, eso no es en absoluto un problema para poder disfrutar del libro; no es más que un detalle que me ha llamado la atención y por eso lo indico aquí.
Contra lo que pudiera parecer en un principio, la postura del padre Calmet ante esas supersticiones es la de un escepticismo total y absoluto, cuando no una burla directa. Sorprende y reconfortala tremenda lucidez que manifiesta el autor a la hora de analizar dichas supersticiones, proponiendo soluciones plenamente racionales a casi todas ellas. La mala alimentación, la composición de la tierra, la temperatura del ambiente, la descomposición de los cuerpos, las tradiciones arraigadas durante siglos… todo eso y más son argumentos que Augustin Calmet utiliza para tirar por tierra las leyendas que trata. Asímismo, el autor no suele aceptar más pruebas que las meramente científicas, desechando muchas veces los simplestestimonios orales, aunque estos provinieran de personas consideradas como respetables y confiables. Sin embargo, toda la lucidez y la racionalidad que manifiesta nuestro erudito a la hora de enfocar estos temas se derrumba cuando afirma sin ningún rubor que solamente Dios es el único que puede resucitar a los muertos. Entiendo que el autor se ve lastrado por su condición de sacerdote y que no le queda más remedio que afirmar algo así, pero resulta cuando menos chirriante que los vampiros, los fantasmas y los resucitados que analiza en su libro sean producto de la superstición y que al mismo tiempo Dios, una entidad cuya existencia no es muy fácil de demostrar, pueda realizar las mismas acciones que poco antes se hayan definido como imposibles.
Como Augustin Calmet falleció sólo seis años después de la publicación del “Tratado sobre los vampiros” no tuvo tiempo de comprobar la repercusión que tuvo su obra, no sólo entre sus contemporáneos ( el español Benito Feijoo y el francés Voltaire lo citan con reverencia ) sino en las generaciones posteriores. Hay quien ha tratado de establecer un vínculo entre la aparición de este libro y la posterior explosión de la novela gótica, cuyo pistoletazo oficial de salida tuvo lugar trece años después con la publicación de “El castillo de Otranto”, de Horace Walpole. Cierta o no, no cabe duda que al menos se trata de una conexión verosímil, que expresa en el fondo una gran contradicción como es que en pleno Siglo de las Luces, donde se luchaba por el predominio de la razón sobre la superstición, fuera este libro, un ejemplo de intento de racionalizar y explicar comportamientos supersticiosos, el que desatara una enorme pasión por lo sombrío, lo gótico y lo oscuro que dura hasta hoy, como tú y yo podemos dar fe de ello.
En cuanto a la edición del libro, debo felicitar a la nueva editorial Reino de Goneril por el estupendo fondo gráfico que ha preparado para “Tratado sobre los vampiros”, llenándolo de maravillosas ilustraciones de la época, cuadros de pintores como Edward Burne-Jones, Eugene Delacroix o Sir John Everett-Millais o macabros grabados medievales. La cuidada selección gráfica, junto con el muy manejable formato del libro y el prólogo de Luis Alberto de Cuenca, hacen de esta edición de “Tratado sobre los vampiros” una adquisición más que recomendable para todo tipo de públicos.
La formación y la vasta cultura de este monje benedictino, que dedicó al estudio la mayor parte de sus ochenta y cinco años de vida, le permitió publicar un comentario sobre la Biblia auténticamente titánico, compuesto por veintitrés gruesos volúmenes. Además de tan ímprobo esfuerzo, el padre 
Contra lo que pudiera parecer en un principio, la postura del padre 