Drácula se erige en implacable juez de la sociedad británica en esta turbadora película en la se cuestionan buena parte de los pilares de la era victoriana.
"El poder de la sangre de Drácula" dirigida por Peter Sasdy con la distribución de Impulso Records y presentada 1969. Interpretada por Christopher Lee como Drácula & Ralph Bates como Lord Courtley & Linda Hayden como Alice Hargood & Geoffrey Keen como William Hargood & Isla Blair como Lucy Paxton & Peter Sallis como Samuel Paxton & Anthony Corlan como Paul Paxton & John Carson como Jonathan Secker & Martin Jarvis como Jeremy Secker & Gwen Watford como Martha Hargood & Michael Ripper como Inspector Cobb desde Gran Bretaña y pertenece al género Terror , tiene una duración de 85 minutos. Enlace Relacionado:Impulso Records Valoración: 8.75 sobre 10
Un viajante de comercio presencia de forma accidental la muerte de Drácula, según esta ocurría en Drácula vuelve de la tumba, la anterior película de la saga Hammer dedicada al maléfico conde. Cuando el viajante se repone del susto se lleva del lugar parte de la sangre del vampiro, su capa, su anillo y un medallón con su nombre.
Más tarde, en Inglaterra conocemos a un grupo de estirados y puritanos caballeros victorianos, Hargood, Paxton y Secker, que se reúnen el último domingo de cada mes para sumergirse en los más ocultos placeres de los bajos fondos londinenses. Cuando ya empiezan a sentirse hartos de todo, conocen a lord Courtley, otro personaje de su misma clase social con fama de practicar misas negras y de tener tratos con el diablo. Todos juntos van a visitar al viajante de comercio del comienzo de la película y le compran los restos de Drácula que se llevó. Con ellos organizan en una iglesia abandonada una ceremonia en la que lord Courtley bebe la sangre de Drácula, muriendo poco después tanto a causa de lo ingerido como por la paliza propinada por sus tres compañeros. Cuando los caballeros, aterrorizados, escapan del lugar, el cadáver de lord Courtley se transforma en el mismísimo Drácula, clamando venganza por la muerte del que al parecer era su siervo.
El instrumento que el vampiro utilizará para llevar a cabo dicha venganza serán los respectivos hijos de los tres caballeros, pues todos ellos se conocen entre sí e incluso algunos mantienen relaciones amorosas. Cuando Alice, hija de Hargood, escapa de una paliza que su brutal y alcoholico padre intenta propinarle, se encuentra en su jardín con Drácula, quien la hipnotizará y hará que asesine a su progenitor golpeándole con una pala. La muchacha desaparece y no vuelve a reaparecer hasta el entierro de su padre, donde escondida tras unos árboles llama a su amiga Lucy, hija de Paxton, y la cita en su casa para esa noche. Allí las dos chicas montan en un carruaje que las llevará hasta la iglesia abandonada donde reside Drácula, quien dará buena cuenta de la desgraciada Lucy.
Asustados por el cariz que va tomando la situación, Paxton y Secker visitan de nuevo la iglesia, creyendo que es Courtley quien ha matado a Hargood y hecho desaparecer a Alice y a Lucy. Evidentemente no encuentran a Courtley pero sí a una vampirizada Lucy que yace en una de las tumbas de la iglesia. Secker, estudioso de lo oculto, entiende que la muchacha se ha transformado en vampiro y sabe lo que hay que hacer, pero Paxton se resiste a que a su hija se le clave una estaca en el corazón y dispara contra Secker. Este, herido, huye del lugar. Al caer la noche, Lucy se levanta de la tumba y entre ella y Alice clavan en el corazón de Paxton la misma estaca que debía haber sido clavada en el de su hija. A la noche siguiente la propia Lucy vampirizará a Jeremy, el hijo de Secker, quien apuñalará inmediatamente después a su padre.
Paul, hijo de Paxton y novio de Alice, recibe una carta de Secker, escrita antes de morir, en la que le explica todo lo que está ocurriendo y le insta a acudir inmediatamente a la iglesia abandonada donde está Drácula para destruirlo y rescatar a Alice. Una vez en la iglesia, el muchacho retira todos los símbolos satánicos que Courtley había puesto, sustiyéndolos por cirios sagrados y poniendo cruces por varios lugares. Cuando Drácula se levanta de la tumba en la que yace se ve atrapado entre dichas cruces y trata de subir a la parte superior de la iglesia, pero los numerosos símbolos religiosos que allí se encuentran le trastornan hasta el punto de hacerle caer sobre el altar, donde su cuerpo comienza a desintegrarse al contacto con los elementos sagrados colocados previamente por Paul. Finalmente, el joven, acompañado por una Alice libre ya del influjo del vampiro, escapa del lugar.
Cuando esta película se estrenó, hacia 1969, estaba más ó menos claro que la Hammer caminaba a marchas forzadas hacia su decadencia, pues el renacimiento del cine de terror en Hollywood, con películas como La semilla del diablo, amenazaba seriamente con acabar con el hasta entonces notorio predominio de la Casa de la Sangre en el panorama del cine de terror. Además el público estaba empezando a cansarse de las historias góticas que ofrecía el estudio y reclamaba películas ambientadas en escenarios más acordes con la realidad de los agitados tiempos que vivía el mundo a finales de los años sesenta del siglo XX.
Mientras la Hammer trataba de asimilar los cambios en los gustos del público seguía recurriendo a sus vacas sagradas para tratar de mantenerse en pie. De esta manera, a finales de los sesenta se aceleró la producción de títulos protagonizados por Drácula o por Frankenstein, las dos figuras que antaño habían proporcionado los grandes éxitos del estudio. Apenas terminada la producción de Drácula vuelve de la tumba, tercer largometraje de la serie dedicada al maligno conde, los ejecutivos del estudio trataron de poner en marcha el rodaje de la cuarta película, El poder de la sangre de Drácula. Para ello era imprescindible contar con el concurso del actor que había encarnado al vampiro en las anteriores entregas, algo muy difícil de conseguir dado el notorio rechazo que Christopher Lee, el actor en cuestión, había manifestado a la hora de volver a meterse en la piel de Drácula.
Así las cosas el estudio contrató al actor Ralph Bates para protagonizar el film, escribiéndole un personaje en el que pudiera lucir sus buenas cualidades como actor. Pero debido a que los distribuidores estadounidenses de la película se negaron a hacerse cargo de la misma si en ésta no aparecía Christopher Lee, la Hammer tuvo que redoblar sus esfuerzos para hacerse con los servicios del actor, algo que consiguió finalmente pero con el rodaje ya comenzado o a punto de comenzar. Para solucionar el conflicto que se avecinaba, pues ya no podían deshacerse de Ralph Bates, hubo que reescribir el guión a toda prisa para poder introducir al personaje de Drácula en la historia sin destrozar en exceso los planes de producción.
Aunque el resultado de la pirueta de guión que hubo que hacer no fue excesivamente convincente, lo cierto es que tampoco es una solución excesivamente absurda. Esta circunstancia no hace sino añadir encanto a una de mis películas favoritas de la Hammer, con uno de los diseños de producción más lujosos de toda la historia del estudio. Los decorados, sobre todo el de la iglesia donde vive Drácula, son extraordinarios y la voluptuosa y colorista fotografía en technicolor, obra de Arthur Grant, está a la altura de los mejores films de Terence Fisher, un director que tenía muy cuenta este aspecto.
Sabido es que la Hammer, a pesar de ambientar buena parte de sus películas durante la última parte del siglo XIX, no desaprovechaba la ocasión de disparar algún que otro dardo contra la controvertida doble moral de aquella sociedad tan hipócrita y tan puritana. Esta película es quizá el ataque más directo a dicha sociedad, donde se abandona toda sutileza y los pequeños dardos habituales se convierten en balas capaces de matar a todo un rebaño de rinocerontes. Las relaciones entre padres e hijos o entre maridos y mujeres, la tiranía del hombre sobre la mujer, acudir de día a la iglesia e irse de putas de noche, todo se pone en cuestión. No deja de existir cierta justicia, aunque de forma indirecta, en la venganza de Drácula, centrada sobre un grupo de hombres absolutamente enviciados y corruptos.
Las interpretaciones están a la altura de lo que se puede esperar en un actor británico, destacando especialmente Geoffrey Keen en la piel del brutal, violento e hipócrita padre de Alice. En cuanto al resto yo destacaría un momento de Linda Hayden, la actriz que interpreta a Alice, aquel en que, hipnotizada por el vampiro, mira a Drácula tras haber matado a su padre. La expresión de perversidad y placer que pone la actriz es espectacular y sobrecogedora, sobre todo teniendo en cuenta que Linda Hayden no es ni mucho menos la actriz más destacada que ha pasado por la Hammer.
La copia en dvd que aquí os presentamos mantiene los mismos cortes que en su día impuso o bien la censura española o bien los distribuidores ( a veces eran ellos los que hacían cortes para ajustar la duración de la película a un posible programa doble ), centrados sobre todo en la visita de los caballeros a un prostíbulo y, mucho más absurda que la anterior, la presentación de los personajes a la salida de misa al principio de la película, una escena que desaparece por completo y que nos impide conocer con detalle cuales son las relaciones entre ellos. Los extras tampoco son muy abundantes, galería fotográfica, fichas técnica y artística, y poco más. A fín de cuentas tampoco se puede pedir más a una edición con un precio más que asequible y con una presentación bastante digna, ambas cosas simples envoltorios que guardan en su interior una de las grandes, y muy recomendables, joyas de la Hammer.
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Aunque el resultado de la pirueta de guión que hubo que hacer no fue excesivamente convincente, lo cierto es que tampoco es una solución excesivamente absurda. Esta circunstancia no hace sino añadir encanto a una de mis películas favoritas de la 